
Una evaluación efectiva es vital para generar un ambiente de aprendizaje seguro y de mejora continua.
He tenido la fortuna de acompañar a unos cuantos colegas en su camino por la formación permanente.
Hemos abarcado muchos temas en este viaje pero, sin dudas, uno de los que más inquietudes genera y más impacto tiene es el de la evaluación de los aprendizajes.
Mucho podríamos decir de las formas de evaluación, desde que han sido usadas como elemento punitivo hasta que tales formas no miden realmente lo que pretenden medir.
Pareciera que en educación todo inicia y termina con la evaluación, que todo gira a su alrededor.
Puede ser que sí, la cosa es… ¿Cómo hacemos para aprovechar ese fenómeno?
Varias veces me han preguntado cómo hacer cambios en la forma de evaluar para determinar «exactamente» qué tanto están aprendiendo los estudiantes.
Por una parte, habría que ver qué es lo que espera el docente, qué espera la familia y qué es lo que espera el propio aprendiz.
Para ajustar estas expectativas, los objetivos del proceso deben estar claros para todos, de modo que cada uno pueda saber qué esperar.
Por ejemplo, si la institución educativa (representada en la operatividad del proceso de enseñanza por el docente) pretende que sus alumnos alcancen la excelencia como líderes de sus comunidades, pues sus estrategias deberán conducir a trabajar esta habilidad.
De allí que, los docentes diseñarán las formas de evaluación pertinentes con el logro de esta meta y los padres y estudiantes, sabrán claramente a qué deben atender en ese sentido.
Si, adicionalmente, la pretensión redunda alrededor de un alto desempeño en habilidades lógico matemáticas, pues todas las áreas, desde sus fortalezas, estructurarán su trabajo en esta dirección.
Y así, concienzudamente, con cada una de las áreas de desempeño que se reflejan en los objetivos trazados, desde el inicio del proceso.
Por otra parte, hay un punto interesante, según veo.
Es probable que no haya una forma universal de evaluar que nos proporcione resultados precisos, partiendo del hecho de que cada estudiante es un mundo diferente.
Es así como, la ruta de mejora podría estar enfocada, justamente, hacia ofrecer la oportunidad a cada uno, desde sus diferencias.
La oportunidad de mostrar hasta dónde ha llegado, siempre dependiendo de qué es lo que pretende el docente, en el marco de la filosofía y valores de la organización educativa a la que pertenece.
Entonces, tal vez no hay una receta con resultados absolutos pero sí podemos incorporar elementos que nos permitan acercarnos a esa ruta de mejora continua que tanto merecen nuestros alumnos.
Esa ruta para hacer una evaluación efectiva de los aprendizajes.
Lo formativo coexistiendo con lo sumativo, clave para una evaluación efectiva.
Es parte de la cátedra de evaluación educativa impartir la definición y diferencias entre estas dos formas de evaluación, así que no es necesario volver allí.
Lo que sí es necesario, es destacar la importancia que tiene la evaluación formativa sobre la sumativa, en torno al impacto que produce en estudiantes, padres y maestros.
Si dejamos que la evaluación sumativa sea el centro de lo que llamamos proceso de enseñanza-aprendizaje, entonces continuaremos en lo mismo.
Esto es, con la idea de que vamos a la escuela, transmitimos algunos conceptos, los estudiantes los memorizan y luego responden test sobre eso mismo.
O, tal vez, cambiando la manera de hacerlo, a una un poco más evolucionada.
Promoviendo el análisis y el pensamiento crítico, llevando al estudiante a test cuyos reactivos están redactados de modo que respondan en base a este recorrido.
El punto es que aún así seguimos dando mayor importancia a lo sumativo.
Continuamos sólo colocando números o letras y seguimos insatisfechos (todos) pensando que no ha sido suficiente el resultado para determinar qué tanto ha aprendido nuestro estudiante.
Seguimos pensando que hay que «pagarle» con calificaciones al estudiante por todo lo que hace.
Particularmente creo, con firmeza, en el poder de la evaluación formativa.
Utilizamos el feedback, las discusiones en clase y los criterios claros como punta de lanza de nuestra estrategia.
Hacemos posible la interpretación de datos recogidos para la toma de decisiones oportuna en pro de la mejora continua e integral de nuestros estudiantes.
Este tipo de evaluación permite acompañar al estudiante a lo largo del proceso de aprendizaje, identificando elementos de mejora antes del resultado final.
Cuando está bien diseñada garantiza una ruta cómoda para la autoevaluación y aumenta la valoración de lo que implica aprender.
¿Qué podemos hacer para lograr una evaluación efectiva?
Hagamos diferencia entre lo que evaluaremos sumativamente y lo que se hará formativamente.
Lo hacemos entendiendo que son dos formas de evaluación que coexisten y complementan para proveer elementos de mejora a los estudiantes y con lo cual ofrecemos una evaluación más efectiva.
En este sentido, podríamos listar qué aspectos queremos que se reflejen en una evaluación sumativa.
Por ejemplo, resultados de operaciones matemáticas, uso de signos de puntuación, capitales de los estados del país, pasos de experimentos químicos, etc.
A esto podemos asignarles una calificación, entendiendo que son registros que vendrán de la memoria de trabajo (función ejecutiva del cerebro) y que permanecerán allí como elementos de valor para cuando el aprendiz los necesite.
Es lo típico que podemos contemplar para una prueba escrita u oral.
Son contenidos acumulados en el cerebro del estudiante que es posible reflejar en una boleta de calificaciones.
Por otra parte, una lista de habilidades nos ayudaría a tener idea del equipamiento que tienen nuestros estudiantes para resolver situaciones del día a día (fin último del proceso educativo).
Hacemos referencia a lo que se relaciona con el trabajo en equipo, comunicación, empatía, liderazgo, oratoria, etc.
Esta área podemos plasmarla mediante registros anecdóticos, rúbricas, observación, portafolios.
Aquí no calificamos con números o letras, expresamos nuestra opinión, cuidando siempre que sea en positivo.
Es lo que llamamos feedback.
Por otra parte, si nos enfocamos en el proceso, recolectando muestras de cómo está desenvolviéndose el estudiante a lo largo de las actividades que le proponemos para alcanzar un objetivo determinado, le estaremos dando mayor oportunidad de mejorar con cada paso.
Cuando ponemos el foco en el proceso, nuestra atención está en el desempeño y, por ende, podemos ver qué tanto ha desarrollado su habilidad para, por ejemplo, trabajar en equipo, comprender textos, argumentar durante un debate, aplicar lo aprendido a la resolución de un problema.
Entonces, podríamos decir que si hacemos una diferencia entre habilidades duras y blandas, es posible acercarnos a una evaluación del desempeño un poco más equilibrada.
Ello nos daría la claridad de que no todo, dentro de la actuación del estudiante, es medible, por lo que no todo puede tener una calificación.
Ahora viene la otra pregunta, ¿Cómo lograrlo cuando tenemos numerosos estudiantes?
Este ha sido un reto que no tiene una importancia menor. Es real que hace más complicada la implementación de muchas acciones que están propuestas para mejorar.
Para ello, la sugerencia versa alrededor de apoyarnos tanto en el propio estudiante como en sus pares y familias.
Lo que buscamos, en primera instancia, es que el estudiante sepa cuáles son sus avances y áreas de oportunidad.
Pues, si estamos claros en ello, mostrémosle que evaluarse a sí mismo, en base a una lista de criterios bien establecidos, será de gran ayuda.
Asimismo, los pares tienen gran ascendencia (para lo bueno y lo no tan bueno). Promovamos una cultura de tolerancia dentro del salón de clases, en la que el respeto sea la bandera.
Desde allí, podemos proponer actividades de coevaluación, también con parámetros bien definidos, que generen situaciones de sana discusión y feedback positivo entre ellos.
Solicitemos ayuda a los padres y representantes. Así se sentirán más involucrados. Enviemos muestras de algunas actividades a la casa y hagamos ver a los padres la importancia de hacernos eco a través de ello.
Esto puede lograrse proponiendo discusiones sencillas derivadas de esas muestras, que permitan a los estudiantes explicar a sus padres qué han hecho y, muy importante, qué es lo que han aprendido.
Nadie dijo que sea fácil, sobre todo cuando estudiantes, padres y maestros se están iniciando en esta forma de trabajo.
Sin embargo, la buena noticia es que está comprobado que funciona, que el acompañamiento es la clave, que el rol del docente ha cambiado y que los estudiantes y familias agradecen un verdadero trabajo común.
Sin dudas, si proveemos formas de evaluación con objetivos bien claros y diferenciados, tanto los estudiantes, como sus padres, tendrán certeza de cuán cerca están de alcanzar las metas que se esperan de ellos.
¿Qué opinas? Me encantaría leerte.
Abrazos!🍎🍎🍎
Emilia Montero
2 comentarios
Dayana Espinoza · abril 19, 2022 a las 11:00 pm
Excelente artículo!!
Definitivamente es un placer y verdadero deleite leerlo, aunado comprender y reflexionar referente a este punto tan importante y cuestionado como es la evaluación. Somos más que un número o un literal.
Gracias por tu gran aporte, nuestro compromiso seguirá encaminado en focalizar lo que deseamos lograr con nuestros muchachos; siempre respetando sus individualidades y fortaleciendo su integralidad.
Mi respeto y admiración por siempre.
🤗😍
Emilia Montero · mayo 16, 2022 a las 1:58 pm
Mil gracias por estas palabras mi querida Dayana! Me anima muchísimo a seguir buscando la manera de hacer más óptima nuestra misión de formación. Abrazos.