Por mucho tiempo estuve ganada a pensar que la manera más efectiva de evaluar los aprendizajes de mis estudiantes estaba asociada sólo a la aplicación de una prueba escrita.

Sin embargo, siempre me llamó la atención el hecho de que, a pesar de que la mayoría podía aprobar, sentía que había algo que no estaba inlcuyendo o que, peor aún, mis estudiantes no demostraban todo lo que sabían sólo con ese instrumento.

Qué quieres evaluar?

Es así como, un día, decidí emprender el camino de abrirme a tantas posibilidades que existen para comprobar, no sólo cuánto conocen mis estudiantes sino, algunas destrezas y actitudes asociadas a su actuación en el ámbito escolar.

De ese modo empecé a preguntarme: ¿Qué es lo que quiero evaluar? Qué es lo que quiero comprobar?

La respuesta tardó en llegar para mí, lo reconozco.

Sin embargo, hoy por hoy, soy de la opinión de que si quiero saber cuánto conocen mis alumnos, si comprenden la información o si la aplican y analizan, puedo aplicar un examen.

La cuestión está en que el diseño de ese instrumento debe orientarse en ese sentido. Es decir, un examen escrito llega hasta allí, y necesitaríamos una serie de post para dar mayor claridad sobre el diseño, pero ¿qué hay de los otros elementos que exhiben mis alumnos en su desempeño cotidiano?.

Una prueba escrita mide solo cuánta información ha acumulado el estudiante en un lapso de tiempo determinado.

Sin embargo, partiendo de la premisa de David Bueno (reconocido autor en el área de neuroeducación) de que el aprendizaje no se trata de acumular información sino de vincularla, entonces significa que la evaluación no puede realizarse únicamente a través de un test.

Para acercarnos un poco a la medición de los diferentes niveles cognitivos, una prueba tendría que contener diferentes tipos de ítems, redactados adecuadamente. Labor nada fácil de concretar.

Entonces, ¿cómo hacemos para lograr formas de evaluación apropiadas?.

Creo que ayuda mucho hacernos la pregunta: ¿Qué queremos evaluar? Además de la absoluta claridad de lo que queremos que nuestros alumnos alcancen.

Cuando tenemos esta certeza entonces podemos discernir entre la forma de evaluación más acertada y el instrumento respectivo.

Por ejemplo, si queremos conocer el desempeño de los estudiantes en el manejo de la herramientas digitales para elaborar presentaciones interactivas, la forma de evaluación puede ser preparar una presentación en Genially acerca de la vida de Albert Einstein.

Como vemos, lo primero que está claro es qué quiero de mi estudiante. Quiero determinar su manejo de esta plataforma. No cuánto sabe sobre Albert Einstein.

Son dos cosas muy distintas. El contenido sobre Einstein me sirve de excusa para que el alumno desarrolle la competencia relacionada con el manejo de plataformas digitales.

Así, entonces, el instrumento de evaluación podría ser una rúbrica.

Ahora bien, la coherencia entre ambos elementos es determinante para conducir apropiadamente al estudiante a lo que necesita.

La rúbrica deriva de las pautas que se le dieron al estudiante para diseñar la presentación.

Si no hay coherencia entre esto y los descriptores de la rúbrica entonces corremos el riesgo de que aparezca un elemento nada recomendable: la subjetividad.

Aparece entonces, para nosotros, el fantasma de la duda al momento de calificar, pues, muy probablemente, no habrá concordancia entre lo que realizó el estudiante y lo que aparece en la rúbrica.

En próximas publicaciones, ahondaremos más acerca de los elementos pedagógicos que tenemos que cuidar para elaborar rúbricas y otros instrumentos de evaluación.

Por ahora, para ilustrar un poco más lo referente al diseño de pruebas escritas y a las rúbricas, te comparto un par de presentaciones.

Me encantarían tus comentarios al respecto.

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Emilia

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Emilia Montero

Docente de vocación, emprendedora y formadora innata. Siempre de la mano de la actualización, la estrategia parte de ponerse en los zapatos del otro y ser empático. ¡Vamos por más!

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