Por Anibal Montero

Vivimos tiempos diferentes, semejantes a los de las guerras, donde los más vulnerables son las primeras víctimas.

En toda guerra hay soldados, ejércitos, villanos y héroes. En esta guerra, que se libra globalmente, existe un enemigo común para todos los que sufrimos y padecemos los embates de este «conflicto», se llama virus COVID-19.

Pandemia COVID'19. Tiempo de héroes
Pandemia COVID’19

Ese es el gran villano. El Thanos de The Advengers, El Guasón de Batman. Un Lex Luthor que se esparce silente pero letal en nuestro día a día, sin discriminar razas, credos, género. Nada de nada.

Todos estamos expuestos y, en cualquier momento, podemos caer heridos o muertos.

Como en los cómics nombrados arriba, en esta pandemia se ha estructurado una fuerza de choque destinada a contrarrestar los efectos devastadores del virus en cuestión.

En la primera línea de defensa, en el mero frente de batalla, se encuentran los trabajadores de la salud. Mis respetos y mi total consideración para ellos que en muchos casos ponen sus vidas en riesgo, llegando a perderla en algunos. Los médicos, enfermeras, bioanalistas, choferes de ambulancias son la fuerza de tarea que, cual Ironman o Batman, se miden de tú a tú con este poderoso villano, con la ligera diferencia que no tienen ninguno de esos poderes que los superhéroes de los cómics si disponen.

Incluso en los cómics, por más provistos que estén, esos superhéroes mueren en algún momento. Si no, pregúntenle al pobre de Tony Stark.

¿Qué quedará para esos trabajadores de la salud de mi aporreando y hermoso país, Venezuela?

Son esos soldados que luchan día a día contra el COVID-19 y que responden a los lineamientos dictados por sus comandantes. Esos líderes que deben hacerse cargo de diseñar estrategias, tácticas y métodos orientados hacia la consecución del objetivo central.

Hasta aquí, esos comandantes, en casi la totalidad de los países, incluido este, han enfilado sus directrices en lo que se ha denominado «distanciamiento social», medida que conlleva el confinamiento obligatorio de las personas en sus hogares.

En algunos países incluso se han emitido órdenes de disparar a matar a aquellos que no acaten la política. Menos mal que son muy pocos esos líderes extremistas. En el resto de países se han decretado sanciones más civilizadas para los que irrespeten la cuarentena.

Ahora, pensando aquí en voz alta, uno se pregunta: ¿a dónde vamos con este confinamiento obligatorio?.

El siempre bien ponderado lema de «QUÉDATE EN CASA» tiene mucho sentido solo si es una medida temporal, y cuando hablo de una medida temporal me refiero a unas pocas semanas. Es una medida que prima la salud de los ciudadanos por encima de todo, la cual comparto, pero que en el mediano plazo se hace insostenible per se.

Cuando se impone el «QUÉDATE EN CASA» por más tiempo del que corresponde, la sociedad como tal se encamina irremediablemente hacia una situación que puede tornarse más peligrosa y letal que el propio virus. Para decirlo en términos un poco más folclóricos, aunque no es momento para folclorismos, se torna peor el remedio que la enfermedad.

En las condiciones actuales, existe un grueso número de personas que viven, al menos en este país, de lo que llamamos nosotros el «día a día». Son personas que no tienen un ingreso fijo o un trabajo formal.

Esas personas salen cada mañana a «ganarse la arepa» para su familia «rebuscándose» en cualquier trabajo que puedan hacer para cualquier persona, empresa o negocio. Esos son los más vulnerables al no tener ni capacidad de ahorro ni seguro médico alguno.

Adicionalmente, en muchas ciudades se ha prohibido que todos esos comercios que no vendan artículos esenciales para la pandemia (comida, medicamentos, insumos médicos o de cuidado personal) abran sus puertas al público. El parque industrial de Venezuela es solo un cascarón vacío, a ese lo agarró un virus peor el COVID-19 pero, como dice El Chombo, esos son otros 500 pesos.

La pregunta emerge solita, ¿Qué ocurre con todas esas empresas y negocios familiares? Qué pasa con sus empleados? Quedan totalmente expuestos también a los efectos del virus sin ningún salvavidas a la vista que les permita mantener la cabeza fuera del agua.

Ahora viene la pregunta de las 500.000 lochas: ¿Se justifica esta medida de cierre casi total de la economía? Permítanme darles mi opinión: definitivamente creo que se puede hacer algo mejor.

Imagínense que, cuando sea que el gobierno autorice a levantar la cuarentena, nuestras ciudades comienzan de manera gradual a retomar sus respectivos ritmos de vida. Entiéndase, estoy hablando de que para ese momento ya se habría controlado el virus, porque si no no se suspende el confinamiento. Digamos que ese escenario se da en dos meses, mediados de Junio por decir algo.

En dos meses, es más, ni siquiera en seis meses (y estoy siendo supremamente optimista en esto) se va a tener la vacuna para este virus. Siendo completamente realistas, ni siquiera se va a tener la capacidad de hacer pruebas de descarte suficientes para determinar quién está infectado o no, pero hagamos el ejercicio.

Si el público sale a la calle, por más que se tomen los recaudos y se observen los protocolos sanitarios de rigor, a ciencia cierta, solo aquellos que hayan sobrevivido al COVID-19 estarán exentos de infectarse, porque ya habrán creado los anticuerpos en sus sistemas inmunológicos. El resto de la sociedad seguirá estando expuesto. ¿En qué medida? Quién sabe.

A lo que voy es que nada que no sea una vacunación masiva podrá eliminar la amenaza. Aprovecho para homenajear y agradecer a esa tropa de élite que está librando su propia batalla contra la enfermedad, me refiero a los científicos que trabajan sin descanso en los laboratorios tratando de dar con el ansiado antídoto.

Y entonces? Al final del día me pregunto en voz alta, ¿Qué tan efectivo es este encierro sin una vacuna? ¿Se justifica después de todo? La respuesta es obviamente que no.

Aquí es donde se impone que aparezcan otros héroes, los médicos, enfermeras y científicos no pueden cargar con toda la responsabilidad de la lucha. Esos héroes deben aparecer en todos los niveles del estado, desde los que ostentan el máximo poder político hasta el hombre que sale a buscar el pan de cada día para sus hijos.

Se impone con urgencia el momento de los estadistas. Desafortunadamente no hay estadistas en las cúpulas del poder político de este país. En realidad creo que en muy pocos países tienen esa ventaja. Esos estadistas han de ponerse la capa para promulgar lineamientos orientados a determinar, análisis estadístico demográfico de por medio, los pasos a seguir para proceder a desactivar el encierro total, minimizando la amenaza de villano. Corresponde hacer control de daños, administrar la tragedia.

Ya sé, se lee terrible, es así. Pero es lo que se impone en esta hora aciaga. Los números fríos revelan que aquellas personas que presenten patologías de base (diabéticos, pacientes renales, pacientes en quimioterapia, entre otros) corren un altísimo riesgo de morir. A esas personas hay que mantenerlas aisladas.

El promedio de edad de los fallecidos en países europeos como Italia, por ejemplo, es superior a los 70 años, cercano a los 80 para ser más precisos. Toca resguardar a los viejitos, esos abuelos que trabajaron tanto y tan duro para que seamos lo que somos deben quedarse en casa completamente aislados.

Qué pasa con aquellos ciudadanos que no tienen patologías de base ni tienen edades superiores a los 65 años?

Sencillo, tenemos que ponerse la capa de superhéroes! Punto.

Van a producirse decesos? Pues claro, pero qué tan grave sería la cifra? Porcentualmente hablando, ahora mismo unos 95.000 pacientes han muerto de un universo de más de un millón y medio que han dado positivo en el mundo entero, un promedio del 6% de los infectados a nivel mundial. Si tomamos el caso de USA, el número es menor a 4%.

Cuando digo ponernos la capa de superhéroes me refiero a que nos toca salir a la calle a producir dinero, de otra forma nos quedaremos sin poder adquisitivo para comprar los insumos más básicos.

En Chile tengo una amiga que está trabajando en una planta de alimentos. Ella me dice: «Cada día salgo con mi tapabocas, mi gel antibacterial y me encomiendo a Dios para que no me infecte con ese virus…» Esa mujer es una heroína que está trabajando para que la comida no falte en Chile, por ejemplo.

Si los supermercados abren con protocolos sanitarios estrictos, ¿Por qué no puede abrir una tienda de zapatos o una ferretería?

Pongámonos la capa! ¿Para qué vamos a ir a un juego de fútbol, a una misa o a un concierto? Eso puede esperar. Evitemos ir a la playa, a los parques públicos y a las canchas deportivas.

Acatemos al pie de la letra las indicaciones que se han emitido por parte de las autoridades sanitarias. No son tan complicadas: lávate las manos, mantente alejado al menos 2 metros de la persona más cercana, usa tapaboca si vas a salir de casa. Eso es ponerse la capa.

Entonces, pongámonos la capa, es el tiempo de los héroes. 

¿Qué opinas?

Categorías: VIVENCIAS

Emilia Montero

Docente de vocación, emprendedora y formadora innata. Siempre de la mano de la actualización, la estrategia parte de ponerse en los zapatos del otro y ser empático. ¡Vamos por más!

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